Una puerta que nadie puede cerrar
Escribe al ángel de la Iglesia en Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre. Yo conozco tus obras; he aquí he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerzas; has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre. Apocalipsis 3:7-8.
Ante un desierto tan intenso y un
futuro tan incierto, quizás Moisés creyó que no había salida. A lo mejor sus
años apacentando el rebaño de su suegro lo conformó a olvidar que había algo
propio. Pero un día una zarza ardió y le recordó un fin de Dios. Fue como una
puerta abierta delante de él, la cual ni sus errores pudo cerrar. Con nada a la vista y solo promesas, sumándose
un pueblo rebelde y contradictorio, muchas veces lloró, sufrió, golpeó cuando
debía hablar, se cansó y pensó ¿Por qué él?
Seguramente José se habrá
preguntado muchas veces ¿Por qué a mí? En el pozo o cuando las cadenas lo
arrastraban a Egipto. En la cárcel y en el olvido, seguramente se repetía: ¿Por
qué a mí?
Lo mismo habrá pasado por el
corazón de David ante sus errores. Recordando se habrá aferrado a su escritura
y recuperando esperanza, escribió: Jehová
cumplirá su propósito en mí.[1]
Era como intentar mirar más allá, para ver aquella puerta abierta por el aceite de la unción y recuperarse de sus caídas, sabiendo que nada la cerrará.
Puedo nombrarte a Job, a Nehemías,
o Jeremías. A Pablo bajando de un canastillo para huir de los que prometían su
muerte. O tirado en la arena al ser dejado por muerto en las afueras de las
ciudades o cuando se hundía naufrago en el mar. Puedo hablarte de mí o de
tantos hombres y mujeres que se preguntaron muchas veces: ¿Por qué yo? ¿Por qué
a mí? O habrán bajado los brazos por un segundo pensando que no hay salida.
En realidad quiero hablarte de la
capacidad del cristiano para recuperarse una y otra vez. Hay un potencial
tremendo puesto por Dios en nosotros que siempre nos permite ver más allá. Todo
ser humano puede hacerlo, pero no todos pueden hacerlo con gozo. Porque no
todos pueden ver la puerta abierta delante de ellos. O lo que es peor, no todos
han aceptado esa puerta y han entrado por ella. El secreto que líbera este
potencial de recuperación en ti es saber que Dios abrió una puerta para
nosotros y nadie la puede cerrar.
Pienso en David y me gustaría
saber mucho más personalmente que le llevó a escribir: Alzaré mis ojos a los montes
¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y
la tierra.[2]
La respuesta a su pregunta es el segundo gran secreto: Dios siempre te ayudará.
Lo sabía Moisés, José, David, Pedro, y todos los que un día confiaron su vida a
Jesús. Dios siempre me ayudará fue su fortaleza.
El último secreto es saber que
esa puerta siempre estará abierta. Que ella misma es todopoderosa, eterna e
indestructible. Imposible de mover por fuerza humana o diabólica. Imposible de
abrir o de cerrar sin la voluntad de Dios. Esa puerta abierta delante de ti es
Cristo mismo.[3]
Entonces, piensa: ¿Qué te detiene?
¿Por qué te lamentas tanto? ¿Qué te hace pensar que todo terminó?
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