HAMBRE Y SED DE OÍR LA PALABRA DE DIOS
He aquí vienen días,
dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no
hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová. E irán
errantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando
palabra de Jehová, y no la hallarán. En aquel tiempo las doncellas hermosas y
los jóvenes desmayarán de sed.
Amós 8:11-13.
Las sequías y el hambre siempre fue consecuencia del enojo de Dios. Nosotros deseamos que
Dios envié hambre y sed de su palabra, pero aunque parezca una buena petición,
sin embargo no debemos olvidar lo que simbolizan.
De
tanto rechazar el mensaje de los profetas, Dios decide que enviaría esta
escasez espiritual a su pueblo. Esta decisión llevaría a perder la esperanza.
Por este motivo dice que en aquel tiempo las doncellas hermosas y los jóvenes
desmayarán de sed, símbolo del futuro de un pueblo y en quien basamos toda
esperanza de continuidad.
Ya
en los tiempos cuando Samuel era un joven que ministraba a Jehová en presencia de Elí; la palabra de Jehová escaseaba
en aquellos días; no había visión con frecuencia[1].
Esta sequía de visión y palabra del Señor era causa del extravío espiritual de
los líderes, (los hijos de Elí), que profanaban las cosas santas de Dios
robando, adulterando y todo el pueblo lo veía y sufría de esta decadencia
espiritual. Sabemos que sin profecía el
pueblo se desenfrena.[2]
Observemos
este relato bíblico: Vino el espíritu
de Dios sobre Azarías hijo de Obed; y salió al encuentro de Asa, y le dijo:
Oídme, Asa, y todo Judá y Benjamín: Jehová estará con vosotros, si vosotros
estuviereis con él: y si le buscareis, será hallado de vosotros; mas si le
dejareis, él también os dejará. Muchos días ha
estado Israel sin verdadero Dios y sin sacerdote que enseñara y sin ley; pero
cuando en su tribulación se convirtieron a Jehová Dios de Israel, y le
buscaron, él fue hallado de ellos. En aquellos
tiempos no hubo paz, ni para el que entraba, ni para el que salía, sino muchas
aflicciones sobre todos los habitantes de las tierras. Y
una gente destruía a la otra, y una ciudad a otra ciudad: porque Dios los turbó
con toda clase de calamidades. Pero esforzaos vosotros, y no desfallezcan vuestras manos; pues hay recompensa para vuestra obra.[3]
Creo
que unas de las consecuencias de los tiempos que vivimos, llenos de violencia,
inseguridad, egoísmo y decadencia moral y espiritual de nuestra nación y congregaciones se deben a la escasez de
palabra del Espíritu Santo, Porque la palabra de Dios es comparada a la lluvia
y la nieve que
desciende de los cielos, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la
hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así es la
palabra que sale de la boca de Dios; no volverá a mí vacía, sino que hará lo
que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié, dice
el Señor en Isaías 55:10-11.
Este
contraste entre la sequía y la lluvia nos muestra la diferencia entre una
generación bendecidas por Dios y otra con la cual el Señor está tratando por su
manera de relacionarse con él.
Zacarías
13:3 al 5 dice que “Y acontecerá que cuando alguno profetizare aún, le dirán su padre y su
madre que lo engendraron: No vivirás, porque has hablado mentira en el nombre
de Jehová; y su padre y su madre que lo engendraron le traspasarán cuando
profetizare. Y sucederá en aquel tiempo, que todos los profetas se avergonzarán
de su visión cuando profetizaren; ni nunca más vestirán el manto velloso para
mentir. Y dirá: No soy profeta; labrador soy de la tierra, pues he estado en el
campo desde mi juventud”.
Cuatrocientos
años de silencio produjeron tal escasez, que la predicación de Juan el Bautista
fue descripto por Cristo como una antorcha que los alumbraba por un poco de
tiempo, y ellos buscaron ese poco de luz.
Esto
no significa que los cultos se terminaron y que las fiestas judías no
congregaban al pueblo. La realidad es que todo era vacío. No se manifestaba la
presencia de Dios. No había palabras ungidas. Faltaba revelación. En el episodio en
el cual Jesús multiplica los panes y los peces observa a la multitud y las ve
como ovejas que no tienen pastor. En relación está haciendo hincapié en el
hambre y la sed de esa generación de la Palabra.
Los
discípulos reconocen la necesidad de la gente al pie del monte, pero solo ven
la necesidad física, por eso le dijeron a Jesús: Despide a la gente, para que
vayan a las aldeas y campos de alrededor, y se alojen y encuentren alimentos;
porque aquí estamos en lugar desierto. Él les dijo: Dadles vosotros de comer. Y
dijeron ellos: No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que
vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta multitud.[4]
Jesús
vuelca toda la responsabilidad de alimentar el hambre y la sed de la gente en
sus discípulos. Ellos creen que es imposible monetariamente por su visión corta
y poco entendimiento de las palabras de Cristo, pero la iglesia tiene el deber
de saciar a una generación hambrienta de la palabra de Dios.
Creer
que la gente estaba en aquel lugar por ver un milagro de multiplicación es un
error. Ellos ni sabían lo que el Señor haría con aquellos pocos panes y peces;
estaban allí por una palabra de Cristo. Sabía que en cualquier momento se
levantaría y les enseñaría. Eso congregaba de todas partes venciendo las
necesidades físicas.
¿Qué
no haríamos por oír un sermón de Jesús? Una sola palabra con el poder que
emanaba de su boca transforma la vida y las circunstancias. Su palabra es
creadora, restauradora y milagrosa. Trae tal convicción que vence cualquier
status social hasta el punto de la súplica: ¡Solo di la palabra, y mi criado
sanará! ¡Por tu palabra echaré la red! ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de
vida eterna.
El
Apóstol Pablo era tan consciente y le pesaba tanto el resguardo de la sana
doctrina, que en el último tiempo de su vida le escribe a Timoteo de la
siguiente manera: Te
encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su
manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y
fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.
Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que
teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias
concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas. Pero
tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple
tu ministerio.
Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo
de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera,
he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la
cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a
todos los que aman su venida.
Quiero que captes el espíritu del clamor
de Pablo: ¡Te encarezco! ¡Predica
la palabra! No se acabaran los maestros, todo lo contrario, se amontonaran.
Pero faltará la esencia del Espíritu, la vida de Dios en la predica; esto
debido a que estos predicadores se centraran en ellos mismos, adulterando la
palabra como se adultera la leche.
Como en los tiempos de sequías de palabra
de Dios en los tiempos bíblicos, en los tiempos de apostasía no se acabaran los
cultos ni las fiestas religiosas. No se dejará de levantar las manos y de
concurrir los domingos; no se dejará de oír, pero con comezón de escuchar y se
alimentará esa necesidad con mentiras y fabulas. En aquellos tiempos no habrá paz,
ni para el que entra, ni para el que sale, sino muchas aflicciones sobre todos
los habitantes de las tierras.
Observemos nuestra generación. Veamos el
impacto de nuestra predicación. De acuerdo a ese balance oremos a Dios.
Personalmente le pido que envié su palabra. No me gusta que haya hambre y sed de
ésta, porque en el contexto de lo que estamos leyendo en el libro de Amós es
muestra del enojo de un Dios que no tolera nuestro proceder, tanto en lo social
como espiritual.
Me aliento y te aliento con la promesa de
Cristo: Yo
soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí
cree, no tendrá sed jamás.[5]
Mientras Cristo sea el centro de tu vida,
siempre que estés dispuesto a ir a él y creas en él, nunca va a ver sequías espiritual para ti y los que te oigan. No va a faltar palabra de Dios en tu
boca, ni en la boca de tus hijos, ni en los hijos de tus hijos. Dios usará tu
vida para saciar tu generación. Solo debemos ser cada vez más cristo céntrico.
Es decir, el centro de nuestra predicación.
El Espíritu Santo de Dios nos guiará a
toda la verdad; porque no hablará por su
propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y nos hará saber las cosas
que habrán de venir.
El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo
hará saber,
dijo Jesús.[6]
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