EN EL DÍA DE MI ANGUSTIA
TE LLAMARÉ
Salmos 86:5-7. Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador, y grande en misericordia para con todos los que te invocan. Escucha, oh Jehová, mi oración, y está atento a la voz de mis ruegos.
En el día de mi angustia te llamaré; porque tú me respondes.
En esos momentos de desolación, tristeza, congoja, dolor y frustración; ¿Quién quieres que esté a tu lado? Son momentos en que uno debe seleccionar con detenimiento a quien buscar. Seguramente desecharemos a muchos. A lo mejor queden pocos en quienes confidencialmente podamos confiar. Lo más importante es ¿Qué busco en aquellos a quienes llamo?
David decía desde su experiencia personal con el Señor:
Te amaré, oh Jehová, fortaleza mía. Jehová es mi Roca, mi castillo y mi Libertador; mi Dios, mi fortaleza, en Él confiaré; mi escudo, el cuerno de mi salvación, y mi alto refugio.
Invocaré a Jehová, quien es digno de ser alabado, y seré salvo de mis enemigos.
Me rodearon los dolores de la muerte, y torrentes de hombres perversos me atemorizaron.
Dolores del infierno me rodearon, me previnieron lazos de muerte.
En mi angustia invoqué a Jehová, y clamé a mi Dios: Él oyó mi voz desde su templo, y mi clamor llegó delante de Él, a sus oídos.
Con mi voz clamé a Dios, a Dios clamé, y Él me escuchó.[1]
Al Señor busqué en el día de mi angustia; mi mal corría de noche y no cesaba; mi alma rehusó el consuelo.[2]
Jeremías inmortalizo en la Palabra de Dios su angustia ante la injusticia:
Mis enemigos me dieron caza como a ave, sin haber por qué. Ataron mi vida en mazmorra, pusieron piedra sobre mí. Aguas cubrieron mi cabeza; yo dije: Muerto soy.
Invoqué tu nombre, oh Jehová, desde la cárcel profunda. Oíste mi voz; no escondas tu oído a mi suspiro, a mi clamor. Te acercaste el día que te invoqué: dijiste: No temas. Abogaste, Señor, la causa de mi alma; redimiste mi vida[3].
Jonás oró al Dios de las segundas oportunidades desde el vientre del pez, y dijo:
Clamé de mi tribulación a Jehová, y Él me oyó; Del vientre del infierno clamé, y mi voz oíste[4].
Vive con Jesús su momento de soledad intensa:
Y Él se apartó de ellos como a un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.
Y le apareció un ángel del cielo para fortalecerle.
Y estando en agonía, oraba más intensamente; y fue su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra[5].
Y tú, en el día de la angustia, ¿A quién llamarás? ¿Quién es lo suficientemente confiable para buscarlo en este momento de incertidumbre? ¿Quién no te juzgará? ¿Quién te responderá diciendo: Heme aquí, paz a ti?
Llama a Aquél que te responderá. Al Cristo que te dijo: he aquí yo estoy contigo todos los días, hasta el fin del mundo[6].
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