TEMOR REVERENTE
Y seis días después, Jesús tomó a Pedro, y a Jacobo, y
a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante
de ellos; y su rostro resplandeció como el sol, y su vestidura se hizo blanca
como la luz.
Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con
Él.
Entonces respondiendo Pedro, dijo a Jesús: Señor,
bueno es que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres tabernáculos; uno para
ti, uno para Moisés, y uno para Elías.
Mientras Él aún hablaba, una nube resplandeciente los
cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Éste es mi Hijo amado, en
quien tengo contentamiento; a Él oíd.
Y oyendo esto los discípulos, cayeron sobre sus
rostros, y temieron en gran manera.
Entonces Jesús vino y los tocó, y dijo: Levantaos, y
no temáis. Y alzando ellos sus ojos a nadie vieron, sino a Jesús solo.
Mateo 17:1-8
Pedro,
Jacobo y Juan vivieron privilegios que ninguno de los otros discípulos
tuvieron. Ver la transfiguración de Jesús transformándolos en testigos
privilegiados de su gloria es impactante. Observar dos personas con Cristo y
darse cuenta que son nada mas ni nada menos que Moisés y Elías supera toda
expectativa, de manera tal que Pedro hablaba sin saber lo que decía.
Toda
experiencia espiritual es buena cuando son revelaciones de parte del Padre
Celestial, pero que el Señor les permita participar de su nube de Gloria y oír
directamente la voz de Dios diciendo: -Este es mi Hijo amado, en quién tengo
contentamiento; a él oíd-, no es comparable con nada.
¿Qué
es aquello que lleva a Cristo a dar participación a estos discípulos de tal
revelación? ¿Qué es necesario que haya en mí para ser invitado a tal nube de
gloria y tener semejante relación con el Padre?
No
son nuestros razonamientos de niños ante tal majestad lo que nos impedirán
semejante relación. Muy a pesar de nuestra madurez o fragilidad intelectual o
espiritual, Cristo está dispuesto a invitarnos a entrar en su nube y oír de
Dios su más tierno pensamiento de Padre, contentado por la obediencia de su
Hijo. Solo es necesario temor de Dios.
0bserva
la imagen de los tres discípulos caídos sobre sus rostros sin poder levantar la
mirada ante la majestad de Dios. Mira su temor reverente. Son tres figuras
inclinadas y sumergidas dentro de sí misma, como queriendo achicarse hasta
desaparecer ellos mismos, dejando de ser para que solo sea Cristo.
La
gloria de Dios consume la humanidad viciada de egocentrismo y el temor de Dios
calla nuestra ignorancia ante sus palabras.
Jesús
los mira. Nunca se arrepentirá de haberlos invitado a su nube de gloria. No
esperaba menos de ellos. Solo temor reverente ante su Padre.
Vino
y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis. Y alzando ellos sus ojos a nadie
vieron, sino a Jesús solo. Porque Cristo lo es todo. Es más que la nube por
gloriosa que sea. Superior a cualquier experiencia espiritual con Moisés, Elías
o cualquier siervo de Dios.
El
Señor te invita a su presencia a oír directamente la voz de Dios. Inclinado,
sumergido dentro de ti mismo, como queriendo achicarte hasta dejar de ser para
que solo sea Cristo. Hundido en temor reverente ante su grandeza.