transfOrmaCIÓN
En
la profundidad de mi desierto busco tu luz que me guíe. Busco la estrella de
los príncipes de oriente; anhelo el sueño que muestre la escalera que me lleve
al cielo, que me de la seguridad de haber tenido un encuentro contigo. Entonces
iría hasta tu silla; humillado clamaría perdón; contristo besaría tus pies y
expondría mi queja y mis desconciertos que, por cierto, no te son ocultos y son
muchos.
En
la profundidad de mi desierto encuentro huellas. Diferentes caminos me
muestran. Dudo entre lo acertado y lo incierto de seguirla. Decido escribir, en
mi solitaria búsqueda, grabar en la arena las mías propias. Por favor, permite
que sean acertadas mis decisiones; te suplico, endereza mis pasos para no errar
a nadie que venga tras mio, y al decidir seguir mis pasos los extravíe
inconscientemente.
Hacer
caminos en la soledad me desafía.
Soy
un restaurador de murallas en ruinas, pero las mías me fueron por algún tiempo
indiferentes. Dame las herramientas; adiestra mis manos. Quiero restaurar tu
altar que está arruinado. Piedras sobre piedras, llorando de felicidad sobre
ellas reconstruyo. Puedo ver las malezas que ahogan; limpio la suciedad que
afea y estorba. Observo el descuido y me confundo, porque todo parecía lindo
desde afuera, pero en la profundidad de mi desierto veo, no por el espejismo
exterior sino por la verdad interna, y digo: -Solo tú eres Dios-.
Restauro
mi altar arruinado.
¿Qué
es un altar sin su sacrificio? Oigo la voz secreta del Espíritu, voz que solo
nosotros la oímos. -Mira tus manos-, me dice. Nada tengo para ofrecerte. Busco
en mi desierto y no encuentro que sacrificar. Aquí mi dinero no sirve, ni mi
servicio, ni mi tiempo. Entonces digo: -Aquí estoy, Señor, para hacer tu
voluntad-.
Advierto
sobre el altar consumirse por el fuego de Dios todo mi orgullo, mi vanidad, mis
deseos, sueños de grandezas egocéntricos. Por un momento quiero llorar sobre
ellos como quien llora por un ser querido fallecido, digo: -¡No!-. Tengo temor
que mi amor por las cosas de este mundo te ofenda.
No
lloraré por lo viejo que dejo sino fijare mi visión en lo nuevo revelado ante mí.
Algo
brilla sobre la arena. Son como estrellas caídas del cielo; como si el inmenso
universo celestial hubiera dejado caer sus lumbreras para marcar sus huellas perfectas
sobre el suelo de mi desierto. Iluminan un camino. Las huellas en diferentes direcciones
revelan la crisis en este punto del desierto. Es un punto de decisiones que me
indica que muchos vieron lo que veo, pero pocos eligieron seguirla.
Entonces
me doy cuenta. Llegué al centro de las crisis, al punto donde debo decidir.
Las
observo detenidamente. No son estrellas; son lágrimas de algún viajero que se
incrustaron al caer en la arena, pero no se secan. ¿Qué misterio profundo tienen
que el sol abrasante no pudieron con ellas? Me doy cuenta. Son como huellas
pero no hechas por ningún pie sino por un corazón diferente, que expresa en
cada lágrima su verdad.
Me
pregunto: -¿Será finalmente esta la verdad que buscó? ¿Estarán, tras este
camino la respuesta a mis interrogantes?-.
Doy un paso, luego otro. Una lagrima está sobre la superficie, otra,
con fuerza se incrustó mas profundamente. Entonces entiendo, cada lágrima me
revela momentos, circunstancias y sucesos. Pero no hay sucesos significativos
sin relaciones personales significativas. ¿Quiénes serán esas personas que
provocaron lágrimas penetrantes que marcaron por siempre tu arena?
Me inclino sobre mis rodillas. Las estudio profundamente buscando
revelación en el espejo de cada lágrima. Entonces puedo ver.
Veo a un joven que te alaga. Me siento tan reflejado. Lo veo mirar
las riquezas terrenales y, de reojo, mirar los tesoros celestiales. Su figura
dándote la espalda y yéndose triste impacta mi corazón. Entonces reparo en la
profundidad de las lágrimas que caen al suelo por él. Nadie la ve. Ni la
multitud ni los discípulos más íntimos. Yo la veo; es una marca en la arena.
Por él, por tantos.
Si darme cuenta, una lágrima cae de mis ojos. Es como un meteorito
que logró atravesar la atmósfera personal y marcar una huella en la vida misma.
Ahora no es solamente tu lágrima Jesús, he sumado la mía por los tantos que
ahogan tu palabra y la hacen infructuosa. Son semillas sembradas entre espinos
porque los afanes de este mundo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de
otras cosas, entraron a ellos y las amaron más que a ti.
Una brillante y eterna lagrima ruega, por las misericordias de Dios,
que presente mi cuerpo en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es mi
culto racional. Que nunca me conforme a este mundo, sino que me transforme por
medio de la renovación de mi entendimiento, para que pueda comprobar cuál es la
buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Sólo a través de esto lograré no
tener más alto concepto de mi mismo que el que debo tener, sino pensaré con
cordura, conforme a la medida de fe que Dios me dio.
Me ruega que levante los ojos al cielo buscando las cosas que no se
ven, porque las que se ven son pasajeras, pero las que no se ven son eternas.
Seco mis ojos, y veo.
Me doy cuenta que lo tengo todo, y te adoro. Porque
he comprendido que por más profunda que sea la crisis en mis desiertos, jamás
me extraviaré ¡Amado Pastor de mi alma!