domingo, 26 de octubre de 2014

HAMBRE Y SED DE OÍR LA PALABRA DE DIOS

HAMBRE Y SED DE OÍR LA PALABRA DE DIOS


He aquí vienen días,  dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová. E irán errantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra de Jehová, y no la hallarán. En aquel tiempo las doncellas hermosas y los jóvenes desmayarán de sed.
Amós 8:11-13.
Las sequías y el hambre siempre fue consecuencia del enojo de Dios. Nosotros deseamos que Dios envié hambre y sed de su palabra, pero aunque parezca una buena petición, sin embargo no debemos olvidar lo que simbolizan.

De tanto rechazar el mensaje de los profetas, Dios decide que enviaría esta escasez espiritual a su pueblo. Esta decisión llevaría a perder la esperanza. Por este motivo dice que en aquel tiempo las doncellas hermosas y los jóvenes desmayarán de sed, símbolo del futuro de un pueblo y en quien basamos toda esperanza de continuidad.

Ya en los tiempos cuando Samuel era un joven que ministraba a Jehová en presencia de Elí; la palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con frecuencia[1]. Esta sequía de visión y palabra del Señor era causa del extravío espiritual de los líderes, (los hijos de Elí), que profanaban las cosas santas de Dios robando, adulterando y todo el pueblo lo veía y sufría de esta decadencia espiritual. Sabemos que sin profecía el pueblo se desenfrena.[2]

Observemos este relato bíblico: Vino el espíritu de Dios sobre Azarías hijo de Obed; y salió al encuentro de Asa, y le dijo: Oídme, Asa, y todo Judá y Benjamín: Jehová estará con vosotros, si vosotros estuviereis con él: y si le buscareis, será hallado de vosotros; mas si le dejareis, él también os dejará. Muchos días ha estado Israel sin verdadero Dios y sin sacerdote que enseñara y sin ley; pero cuando en su tribulación se convirtieron a Jehová Dios de Israel, y le buscaron, él fue hallado de ellos. En aquellos tiempos no hubo paz, ni para el que entraba, ni para el que salía, sino muchas aflicciones sobre todos los habitantes de las tierras. Y una gente destruía a la otra, y una ciudad a otra ciudad: porque Dios los turbó con toda clase de calamidades. Pero esforzaos vosotros,  y no desfallezcan vuestras manos;  pues hay recompensa para vuestra obra.[3]

Creo que unas de las consecuencias de los tiempos que vivimos, llenos de violencia, inseguridad, egoísmo y decadencia moral y espiritual de nuestra nación  y congregaciones se deben a la escasez de palabra del Espíritu Santo, Porque la palabra de Dios es comparada a la lluvia y la nieve que desciende de los cielos, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así es la palabra que sale de la boca de Dios; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié, dice el Señor en Isaías 55:10-11.

Este contraste entre la sequía y la lluvia nos muestra la diferencia entre una generación bendecidas por Dios y otra con la cual el Señor está tratando por su manera de relacionarse con él.

Zacarías 13:3 al 5 dice que “Y acontecerá que cuando alguno profetizare aún, le dirán su padre y su madre que lo engendraron: No vivirás, porque has hablado mentira en el nombre de Jehová; y su padre y su madre que lo engendraron le traspasarán cuando profetizare. Y sucederá en aquel tiempo, que todos los profetas se avergonzarán de su visión cuando profetizaren; ni nunca más vestirán el manto velloso para mentir. Y dirá: No soy profeta; labrador soy de la tierra, pues he estado en el campo desde mi juventud”.
Cuatrocientos años de silencio produjeron tal escasez, que la predicación de Juan el Bautista fue descripto por Cristo como una antorcha que los alumbraba por un poco de tiempo, y ellos buscaron ese poco de luz.

Esto no significa que los cultos se terminaron y que las fiestas judías no congregaban al pueblo. La realidad es que todo era vacío. No se manifestaba la presencia de Dios. No había palabras ungidas. Faltaba revelación. En el episodio en el cual Jesús multiplica los panes y los peces observa a la multitud y las ve como ovejas que no tienen pastor. En relación está haciendo hincapié en el hambre y la sed de esa generación de la Palabra.

Los discípulos reconocen la necesidad de la gente al pie del monte, pero solo ven la necesidad física, por eso le dijeron a Jesús: Despide a la gente, para que vayan a las aldeas y campos de alrededor, y se alojen y encuentren alimentos; porque aquí estamos en lugar desierto. Él les dijo: Dadles vosotros de comer. Y dijeron ellos: No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta multitud.[4]

Jesús vuelca toda la responsabilidad de alimentar el hambre y la sed de la gente en sus discípulos. Ellos creen que es imposible monetariamente por su visión corta y poco entendimiento de las palabras de Cristo, pero la iglesia tiene el deber de saciar a una generación hambrienta de la palabra de Dios.

Creer que la gente estaba en aquel lugar por ver un milagro de multiplicación es un error. Ellos ni sabían lo que el Señor haría con aquellos pocos panes y peces; estaban allí por una palabra de Cristo. Sabía que en cualquier momento se levantaría y les enseñaría. Eso congregaba de todas partes venciendo las necesidades físicas.

¿Qué no haríamos por oír un sermón de Jesús? Una sola palabra con el poder que emanaba de su boca transforma la vida y las circunstancias. Su palabra es creadora, restauradora y milagrosa. Trae tal convicción que vence cualquier status social hasta el punto de la súplica: ¡Solo di la palabra, y mi criado sanará! ¡Por tu palabra echaré la red! ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.

El Apóstol Pablo era tan consciente y le pesaba tanto el resguardo de la sana doctrina, que en el último tiempo de su vida le escribe a Timoteo de la siguiente manera: Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo,  que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.
Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio.
Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.

Quiero que captes el espíritu del clamor de Pablo: ¡Te encarezco! ¡Predica la palabra! No se acabaran los maestros, todo lo contrario, se amontonaran. Pero faltará la esencia del Espíritu, la vida de Dios en la predica; esto debido a que estos predicadores se centraran en ellos mismos, adulterando la palabra como se adultera la leche.

Como en los tiempos de sequías de palabra de Dios en los tiempos bíblicos, en los tiempos de apostasía no se acabaran los cultos ni las fiestas religiosas. No se dejará de levantar las manos y de concurrir los domingos; no se dejará de oír, pero con comezón de escuchar y se alimentará esa necesidad con mentiras y fabulas. En aquellos tiempos no habrá paz, ni para el que entra, ni para el que sale, sino muchas aflicciones sobre todos los habitantes de las tierras.

Observemos nuestra generación. Veamos el impacto de nuestra predicación. De acuerdo a ese balance oremos a Dios. Personalmente le pido que envié su palabra. No me gusta que haya hambre y sed de ésta, porque en el contexto de lo que estamos leyendo en el libro de Amós es muestra del enojo de un Dios que no tolera nuestro proceder, tanto en lo social como espiritual.

Me aliento y te aliento con la promesa de Cristo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás.[5]

Mientras Cristo sea el centro de tu vida, siempre que estés dispuesto a ir a él y creas en él, nunca va a ver sequías espiritual para ti y los que te oigan. No va a faltar palabra de Dios en tu boca, ni en la boca de tus hijos, ni en los hijos de tus hijos. Dios usará tu vida para saciar tu generación. Solo debemos ser cada vez más cristo céntrico. Es decir, el centro de nuestra predicación.

El Espíritu Santo de Dios nos guiará a toda la verdad;  porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y nos hará saber las cosas que habrán de venir.
El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber, dijo Jesús.[6]






[1] 1 Samuel 3:1.
[2] Proverbios 29:18. 
[3] 2 Crónicas 15:1-7. 
[4] Lucas 9:12 y 13.
[5] Juan 6:35.
[6] Juan 16:13 -14.

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